Reflexión de un momento incongruente.
- Romina Turconi
- 3 feb 2017
- 3 Min. de lectura
"Tu peor enemigo
no te puede dañar
tanto como tus propios
PENSAMIENTOS.
Ni tu padre, ni tu
madre, ni tu amigo
más querido, te
pueden ayudar
tanto como tu propia
MENTE DISCIPLINADA."
(Buda)
En estado de incongruencia entre lo que siento y mi manifestación externa, la energía aplicada resulta ser inversamente proporcional al impulso necesario para lograr lo que quiero, sea una conversación, una acción, un plan, una nueva emoción... Miles de toneladas de energía orientadas a la creación de un círculo vicioso de juicios, proyecciones imaginarias, conversaciones perturbadoras, emociones carentes, escenarios cataclísmicos. Energía que podría ser creativa, se vuelve destructiva, transformándome además en mi propia y auténtica enemiga. Y todo esto, ¿para qué? Es lo que me pregunto en el instante de silencio y quietud.

Incontables pensamientos propios de un ego descarrilado conducentes a dos emociones abanderadas: exigencia y miedo. Exigencia porque en mi propia mente el de afuera debería hacer y ser según un prototipo circunstancial: si me quiere, cómo es que se olvida; si le importo, por qué no se da cuenta; si nos encontramos, continúa viéndome? Debe recordar, debe darse cuenta, debe verme... como mi ego sugiere. ¿Y para qué exige mi ego? ¿Qué oculta? Mi miedo. Un miedo vulnerable, débil, frágil, que busca amor y atención, que clama reconocimiento... Miedo a no ser necesaria, a pasar desapercibida. Miedo a perderme. Miedo a desvanecerme.
¿Es posible identificar genuinamente si lo que me ofrezco a mi misma, si lo que el otro puede y quiere darme en un cierto momento me resulta suficiente? La definición más básica de suficiente indica que existe o se da en la cantidad adecuada, para lo que se necesita. ¿Adecuada para quien? ¿Qué necesito? Y si no me resulta suficiente, ¿realmente necesito o quiero algo más? ¿O lo que me angustia es la ilusión de lo que alguna vez creí yo debería ser capaz, o de lo que una persona debería dar a otra si le interesa? Sutil y poderosa diferencia que puede significar nuestra propia prisión. ¿Qué quiero en verdad? ¿Qué visiono? ¿Qué es lo que hoy quiero pedir, qué ofrecer, qué accionar?
Sin patrones, sin estándares, sin modelos a seguir, sin estructuras, sin comparaciones, ¿es lo que recibimos amor, luz, esa energía suficiente para nutrirnos, para despegar, para ir por lo que queremos y superarnos? Si la respuesta es SI, ¿sería entonces suficiente independientemente de su forma, de su "manifestación social", de su etiqueta en conductas aceptables? Y si la respuesta es NO, ¿para que ocupar nuestro tiempo, espacios, nuestras capacidades, nuestro propio ser en conversaciones, personas, emociones espiraladas y limitantes? Y es en esta última posibilidad en dónde sí nos desvanecemos, en donde nos perdemos a nosotros mismos en un ciclo sin fin que sólo conduce a la inmovilidad, a la angustia y a la frustración. El sufrimiento es un proceso interpretativo. "El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional" diría Buda. Sufrimos cuando atribuimos un poder magnánimo a una fuente externa, cuando vinculamos nuestro espíritu a una imaginaria necesidad de posesión.
Amar en y desde los detalles, desde el registro consciente, valorando lo bueno, aquello que nos une, trabajando los aspectos que nos incomodan, por los que sentimos insatisfacción. No desde los supuestos y las radios internas, sino desde el compromiso genuino de querer cambiar y mejorarlos. Confiando en que ofrecemos lo mejor que podemos dar, y en que la atención, el amor, el encuentro, no se buscan sino que los sentimos, los vibramos cuando nos abrimos sin condiciones a recibir. Cuando soltamos nuestro rol de jueces hacia nosotros mismos, hacia las personas que elegimos y hacia nuestro mundo entero.
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